Érase una vez Usen, quien tenía un gran poder

07/02/2015 - 12:00 am

Ataques injustificados, asesinatos, mutilaciones, violencia; el poder de Usen languidecía ante el avance del hombre blanco y su dios encerrado en las iglesias. Los apaches se enfrentaron en una encarnizada lucha en el Salvaje Oeste contra otra cosmogonía, otros modo de entender la vida y otra organización política.

El gran líder apache Gerónimo y otros guerreros  -Mangas Coloradas, Nah, Fun, Kaytennae, Cochise-, protegidos por su dios Usen, pero al mismo tiempo con un gran temor a su ira, lucharon por conservar su identidad y sus tierras que les fueron finalmente arrebatadas y los sobrevivientes confinados en reservas indias.

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Gerónimo. Foto: Creative Commons

El gran poder de Usen

 

“Gerónimo subió a un cerro detrás del fuerte Bowie para pedirle a Usen que sanara a su hermana. Usen le aseguró que ella estaría bien y que a mi tío nadie le haría daño, sino que moriría de viejo. La promesa de Usen fue lo que volvió a Gerónimo tan arrojado. Si de por sí, ya era valiente. Además, si uno ya sabe que no va a morir, ¿por qué ha de tener miedo?” -Daklugie, hijo de Juh, sobrino de Gerónimo.[1]

 

Por Hilario Peña, especial para SinEmbargo

Ciudad de México, 7 de febrero (SinEmbargo).-Previo al año de 1851, Gerónimo solía presentarse a los combates armado solo con arco, flechas y lanza.[2] Aún no sabía disparar armas de pólvora. Esto no le quitaba lo bragado. Convencido de que era inmune a las balas, solía atravesar la línea de fuego, penetrar las trincheras enemigas y robar munición y rifles, los cuales llevaba a quienes sí sabían usarlos, como su cuñado Juh o su jefe Mangas Coloradas. Esta anécdota de Gerónimo siempre me ha resultado enternecedora. Un asesino consumado que aún no aprende a disparar armas de fuego.

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Juh, El Gran Guerrero Apache. Jefe de la tribu Nednhi Chiricahua. Foto: Creative Commons

Conocí a un ladrón de carros que cuando se le antojaba hurtar coches con transmisión estándar se conseguía a un secuaz que supiera meter cambios con palanca porque a él se le complicaba sacar el embrague. Eso también me pareció tierno.

Dicen que perro viejo no aprende trucos nuevos, puede que no sea cierto, ya que el indio rencoroso se convirtió en un gran tirador. En varias fotos se le ve con su mueca permanente y su rifle Winchester. Existen anécdotas que dan cuenta de la excelente puntería que poseía. Mi favorita fue relatada por un pintor que lo vio darle no solo al papel que clavó a un árbol ubicado a cierta distancia, sino al mismo clavo. Al día siguiente Gerónimo le informó al artista, de la manera más cándida, que ningún hombre estaba autorizado por Usen para matarlo. Ante la mirada escéptica del pintor, Gerónimo desabotonó su camisa y le mostró más de cincuenta heridas de bala.

Mangas Coloradas. Foto: Creative Commons
“Mangas Coloradas”, un hombre corpulento que en su juventud había vestido una camisa de franela roja, de ahí su apodo. Su carácter pacífico a edad temprana se debió al haberse criado cerca de una misión española. Foto: Creative Commons

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[1] Eve Ball, “INDEH. An Apache Odyssey“, University of Oklahoma Press, EUA, 1988, p. 13-4.
[2] David Roberts, “Once They Moved Like The Wind. Cochise. Geronimo and the Apache Wars“, Simon & Schuster, EUA, 1993, p. 118, 310.

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Generalmente se ubica como origen de su ira la masacre perpetrada en contra de su mujer, su madre y sus tres hijos, en las afueras de Janos, Chihuahua, el 5 de marzo de 1851, por el Coronel José María Carrasco, quien cruzó su jurisdicción con el pretexto de ir en pos de apaches que acababan de atacar el pueblo de Bacerac, Sonora. En su autobiografía Gerónimo relata que el asalto a su campamento en Janos fue injustificado y que el enfrentamiento del gran ejército chiricahua con los soldados cerca de Arizpe, el cual lo hizo famoso y le otorgó su nombre español (gracias a los rurales que, mientras agonizaban, pedían clemencia al santo del mismo nombre), fue en venganza por el agravio sufrido a manos de los sonorenses.

Existe un dato que refuta esta aseveración: la única batalla franca (la mayoría de los encuentros con apaches eran escaramuzas guerrilleras) que registra el ejército mexicano cerca de Arizpe ese año fue en un lugar conocido como Pozo Hediondo. Este combate ocurrió el 19 de enero de 1851, seis semanas antes de la masacre en Chihuahua.

Además, todo parece indicar que la matanza no estuvo tan desprovista de antecedes. Tan solo el año previo, el gobierno mexicano registró 111 muertes de sonorenses a manos de apaches.

Nana. Foto: Creative Commons
Nana, aunque no jefe apache sí un importante líder de los Mimbres, quien era tan viejo como las montañas, decían. En aquel entonces tenía 80 años de edad Foto: Creative Commons

Para discernir la verdad entre todo este nudo de versiones encontradas hay que reconocer que Gerónimo no era el héroe vengador proyectado en las versiones romantizadas de su persona que se ven en el cine y la literatura. Lo que sí era, era un hombre salvaje. El suyo era uno de esos rostros como los que ya no hay. Paisajes que uno no se cansa de explorar, cicatriz por cicatriz, arruga por arruga. Caras dotadas de una belleza cruda y extraña, como la del desierto norteño. Sin embargo mi rostro predilecto es el del apache Nana, aquel viejo -medio- ciego y cojo que cabalgaba [3] y peleaba como demonio. Siempre aparece en las fotos como un viejo cascarrabias, guiñando mucho sus ojos y en actitud retadora. Su sabiduría y liderazgo están bien documentados. Luego de asaltar y saquear un pueblo minero, Nana prohibió tocar el oro contenido en el botín. “Esta cosa amarilla es sagrada para Usen. No podemos barrenar la tierra por ella. Al hacerlo provocaremos la ira de Usen y los espíritus de la montaña bailarán y sacudirán sus hombros poderosos, destruyendo todo a su alrededor.[4] Los mexicanos y los ojos pálidos nos llaman supersticiosos a nosotros, cuando ellos arriesgan sus vidas por un metal que no sirve ni para fabricar balas”, explicó Nana, sosteniendo un lingote en su mano artrítica.

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[3] Dos mamíferos tuvieron un papel igual de importante en la creación de los indios guerreros propios la gran llanura americana. Uno fue el caballo y el otro el bisonte americano. Previo al siglo XIX, se estima que había entre 16 a 18 millones de bisontes deambulando por el llano estacado.  Por más de diez mil años, este miembro de la familia de las bóvidos fue cazado a pie por los nativos, para quien nunca había sido fuente principal de alimentación, como sí lo fueron el venado o el alce. Esto hasta la llegada de los españoles y sus caballos.
Enfurecidos por décadas de represión religiosa y, sobre todo, por la destrucción de sus muñecos kachina, en 1680 los indios Pueblo (apoyados por aliados como los tiguas, tahanos, gemex, teguas, pecos, queres, thaos, picuris y compiras) masacraron a los sacerdotes franciscanos y al endeble ejército que los protegía en Taos, Nuevo México. (Cfr. Coronel Leopoldo Martínez Caraza, El Norte Bárbaro de México, Biblioteca del Oficial Mexicano, D.F., México, 1984, p. 40-1.)
Los pueblo no le encontraron un uso práctico a los caballos mesteños acorralados cerca de la misión recientemente saqueada, y los liberaron, para que corrieran libres por una planicie gigantesca que se extendía desde Texas hasta el país conocido hoy en día como Canadá, un terreno propicio para la reproducción masiva del equino de origen árabe, gracias a la abundancia de pasto y a la completa ausencia de depredadores. Esta diseminación animal produjo la revolución cultural más drástica en la historia de Norteamérica: la transformación del indio sedentario en el jinete nómada de las praderas, capaz, no solo de cazar sobre su cabalgadura, sino también de hacer la guerra mientras se movía a gran velocidad.
[4] Para los apaches, terremotos tan devastadores como el ocurrido en Bavispe, Sonora, en el año de 1887, eran consecuencia de la actividad minera de los mexicanos y norteamericanos en el Cinturón de Fuego. No solo por esto los indah odiaban a los gambusinos. Mineros traicionaron, asesinaron y mutilaron a los jefes Mangas Coloradas y Juan José Compa.
Es hora que Mangas Coloradas no puede apostar a los caballos en la Tierra de la Felicidad, junto a su yerno Cochise, todo porque en 1863, cerca de la mina de Pinos Altos, su cabeza fue cercenada y hervida en una olla cochambrosa del ejército norteamericano. Mangas había llegado a Pinos Altos hondeando una bandera blanca, con la intención de negociar un acuerdo de paz con los excavadores, a pesar de que Gerónimo le rogó que no fuera.
La cabellera del apache Juan José Compá fue arrancada luego de morir envenado por el pinole que le obsequió “su amigo” John James Johnson en 1837, cerca de la mina de Santa Rita. La cabellera de Compá fue presentada por Johnson a Francisco Perea, comandante del presidio de Janos, como prueba de haber realizado la labor que se le encomendó. (Ralph Adam Smith, Borderlander: The Life of James Kirker, University of Oklahoma Press, EUA, 1999, p. 69.)
La costumbre pronto se esparció por todo el Salvaje Oeste, con los nativos usando las cabelleras como los trofeos de sus venganzas consumadas y los cazadores de recompensa como evidencia de sus actividades mercenarias.
El 25 de mayo de 1849 la Legislatura Local del Estado de Chihuahua autorizó al Ejecutivo contratar a nacionales y extranjeros para hacer la guerra contra los nativos hostiles. Se establecieron como premios: “$150.00 pesos por cada indio de guerra muerto, cuyo hecho se comprobaba con el certificado expedido por la autoridad municipal, a quien había que presentar la cabellera o cabelleras respectivas, y $250.00 por cada prisionero de guerra o india mayor de catorce años”. (Francisco R. Almada, Resumen de Historia del Estado de Chihuahua, Libros Mexicanos, D.F., México, 1955, p. 235.)
Para 1850 el precio por coronilla arrancada ascendió a $200.00. (José Fuentes Mares, Y México se Refugió en el Desierto, Centro Librero La Prensa, Chihuahua, Chih., México, 1979, p. 134.)

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Ese día la tribu chiricahua se apropió de una gran cantidad de víveres gracias al plan del adolescente Martine, quien en su infancia había sido capturado por rurales y entregado a una familia de Casas Grandes, Chihuahua. Martine conocía las costumbres de los mexicanos y sabía que cada siete días se encerraban en la cabaña decorada con los dos palos en forma de cruz, por tanto, la alhóndiga del pueblo quedaba protegida por un solo guardia. Fun, su joven compañero en la misión suicida, se asustó mucho al asomarse por una rendija en el techo de la cabaña sagrada y ver al chamán vestido de negro, ¡de rodillas ante un hombre que había sido torturado y clavado a una cruz!

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Fun, el apache nacido entre los guerreros. El más feroz y el más temido de las tribus americanas. Foto: Creative Commons

“¡Los mexicanos han matado a su dios! Nosotros nunca le haríamos eso a Usen”, pensó Fun.

Kaytennae y Juh asesinaron silenciosamente al gendarme a cargo del almacén y atrancaron la puerta de la iglesia con una pesada barra de madera. El chamán vestido de negro por fin se levantó y Fun notó con asombro que su cabellera había sido arrancada, ya que no tenía pelo. A pesar de todas estas impresiones, Fun logró dominar sus miedos y puso manos a la obra. Horas antes había hecho una bomba enchilosa moliendo picante en su metate, mezclando la salsa con madera suave y depositando la mixtura en una talega. Fun encendió el costalito, lo dejó caer por la ranura en el techo y tapó ésta con una manta. Pronto se escucharon los estornudos de los feligreses, los carraspeos, los fuertes tosidos y los golpes a la puerta atrancada[5].

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Kaytennae, jefe de los guerreros en la tribu apache Chiricahuas. Foto: Creative Commons

Gracias a este brillante plan, los chiricahuas no solo se hicieron de frazadas, café, sal, harina, sillas de montar y utensilios de cocina, sino que además lograron liberar a un grupo de mujeres apaches capturadas mientras preparaban mezcal para Gerónimo.

Otra anécdota que deja constancia del enorme poder de Usen ocurrió al norte del río Gila, donde habitaba el jefe Mahco, quien era devoto del padre de los apaches. La tribu de Mahco vivía pacíficamente sembrando maíz, calabaza, frijol y melón. Sus arcos eran hechos con fibra de yuca. Una noche fueron invadidos por una tribu de hostiles (probablemente yavapais o yumas). Los arcos de estos fueron fabricados con tendones humanos, lo cual los hacía mucho más eficientes. A pesar de que los guerreros de Mahco no pidieron ayuda a Usen, éste la envió en forma de lluvia que estiró demasiado los tendones y tensó las fibras de yuca. Las cuerdas de tendón se encontraban tan blandas que no lograban disparar las flechas con fuerza.

Mahco ganó la batalla[6].

En 1876 Juh aceptó el liderazgo no solo de su banda, sino de todos aquellos guerreros que se negaron a acompañar a Taza (hijo de Cochise) a la reserva india de San Carlos.  “Elijan entre una muerte lenta por el calor, el hambre y la humillación en San Carlos, o la vida libre que nos espera en México. Corta, a lo mejor, pero libre. ¿Acaso no hemos sido siempre libres? Morando donde nos place, viviendo como Usen nos lo prometió”, les dijo Juh a todos sus seguidores.

En el 83 Juh falleció al caer -unos dicen que borracho- de su caballo. Otro apache anciano que se accidentó mientras cabalgaba fue su cuñado y amigo Gerónimo. Este hecho ocurrió en 1906 y, además de herirlo físicamente, lo hizo consciente de que el poder de Usen languidecía ante el avance del hombre blanco y su dios encerrado en las iglesias.

Cochise. Foto: Creative Commons
Cochise, jefe de la banda Chokonen de la tribu de los Chiricahua. Foto: Creative Commons

“Solía entrar a las casas de los colonos y mataba a los padres. Era tanto mi odio que arrancaba a los bebés de sus cunas y los lanzaba por los aires. Estos sonreían por un momento, porque creían que era divertido, pero, cuando caían, los recibía con la punta de mi cuchillo filoso y morían al instante. Ahora despierto por las noches, muy triste y gimiendo, mientras recuerdo a aquellas criaturas indefensas”, declaró Gerónimo durante una misa cristiana en el fuerte Still (Oklahoma)[7].

Dos cosmogonías, dos modos de entender la vida y dos sistemas políticos se enfrentaron de manera encarnizada en el Salvaje Oeste, la última frontera del hombre civilizado, durante la segunda mitad del siglo XIX. El nómada contra el sedentario; la comunidad primitiva contra la el capitalismo industrial; la religión libre contra la organizada. Uno de los dos bandos tendría que perecer. En reservas indias como las de San Carlos los apaches dejaron de verse a sí mismos como indah, los vivos. Ahora eran los indeh, que literalmente significa “muertos”.

Ninguno de estos pensamientos aleatorios se encuentra en mi próximo libro western, El Cobarde y los Muertos. Quizá por eso me animé a comentarlos.

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[5] Eve Ball, op. cit., p. 10-1.
[6] Ibíd., p.14-5.
[7] David Roberts, Op. Cit., p. 313.

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Sobre el autor

Hilario Peña es autor de seis novelas publicadas por la editorial Random House, entre las que destacan la detectivesca Malasuerte en Tijuana, la sensacionalista Infierno puede esperar, la policiaca Mujer de los hermanos Reyna, el drama boxístico Juan Tres Dieciséis y el western Chinola Kid. Es también coautor de Camelia la Texana, historia que la cadena Telemundo transmitió en forma de teleserie. Actualmente preside la Sociedad Mexicana de Escritores del Salvaje Oeste. @HilarioPenia

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